Aprendí que hasta las lágrimas más amargas y los golpes más duro dejan enseñanza. Aprendí que hay que disfrutar cada sonrisa, cada mirada, cada oportunidad que se presenta sin pensar en lo demás, en los demás. Aprendí que es mejor arrepentirse de haber hecho algo que lamentarse por no haberlo intentado. Aprendí que hay personas que llegan, te marcan y se van; y hay otras que llegan y se hacen eternos. Aprendí que vale la pena luchar por lo que se siente, por lo que se desea. Aprendí que no hay peor perdedor que aquel que abandona su lucha. Aprendí que la vida te da sorpresas y que solo soñando puedes hacer que una de esas sorpresas sea el descubrir que tu mayor sueño se ha convertido en tu realidad.
Sacarlo fuera vale más que condenarlo a callar..
viernes, 11 de enero de 2013
domingo, 9 de septiembre de 2012
Un nuevo comienzo
Una nueva etapa comienza en menos
de veinticuatro horas y los nervios aumentan a medida que se acerca el momento.
Incertidumbre y curiosidad van de la mano. Por un lado, está el miedo a lo
desconocido; por otro, las ganas de empezar un nuevo camino. Sé que en un abrir
y cerrar de ojos estaré allí, con caras nuevas a mi alrededor, en un lugar que
desconozco casi por completo. Sé que, cuando suene el despertador, los nervios
me estarán comiendo viva, pero también sé que tengo unas ganas inmensas de
empezar esta nueva etapa, de aprender y de crecer. De desligarme de una vez por
todas de personas, de lugares de los que alguna vez creí que no iba a poder
escaparme nunca. Ganas de descubrir, de redescubrirme. Ganas de retarme a mí
misma y de ver si soy capaz de dejar a un lado el pasado, lo que pudo haber
sido y no fue. Ganas de crear nuevos sueños, nuevos retos. Ganas de saber qué
me tiene preparado el Destino.
martes, 4 de septiembre de 2012
Sin título II
Dicen que
cuando eres feliz, da lo mismo un segundo que un año, que 365 días son tan
efímeros como un pestañeo. Pero cuando el corazón soporta un amargo dolor que
crece a cada segundo, un segundo se hace un año. Y cinco años… cinco años se
asemejan a la eternidad, al infinito.
Cinco años,
1825 días con sus noches. Una eternidad que no le ha servido al corazón para
olvidar.
Sola, como en
los 1624 días anteriores, en casa, en esta casa que se ha convertido en mi
prisión desde aquel instante en que decidí que ya no más, que era el momento de
dejarte libre; veo desde mi ventana como
un cielo enfurecido estalla en llanto, un llanto igual de inmenso, igual de
doloroso que ese del que yo no me he podido librar después de setenta meses sin
ti. Una tormenta en pleno verano que provoca que, en cuestión de segundos, se
sucedan en mi mente una cantidad infinita de recuerdos que hasta yo misma había
olvidado que tenía guardados. Guardados… en el fondo de mi alma, al igual que
cada uno de los sueños que construí pensando que serías para mí. Fue uno en
especial el que traté de borrar en el instante en que te eché de mi vida y ese
precisamente ese el que se me hace más presente a cada rato. Es ese el que está
hoy más presente que nunca. No sé por qué, pero desde que esta mañana me
desperté empapada en sudor y con el corazón a mil, no se me ha ido un segundo
de la mente.
Han pasado
unas horas de la gran tormenta, el sol se abre paso entre las nubes y la brisa
es cada vez más suave. Perdida en mis pensamientos, en lo que me queda por
hacer antes de que termine el día, me preparo para salir, al tiempo que una
extraña sensación en el pecho me dificulta respirar y un nudo me oprime la
garganta. ¡No sé qué me pasa hoy! Serán los recuerdos, pero, la verdad, es que
nunca, desde que todo terminó, había sentido esto. ¿Presentimiento? Prefiero no
pensarlo.
Camino por la
calle y con cada paso, la presión en el pecho aumenta. Concentrada en tratar de
normalizar mi respiración, sigo caminando y, justo ahora, sucede. Y, justo
ahora, entiendo todo: mi despertar apresurado, los recuerdos que llegaron de
repente, esa presión en el pecho que me asfixiaba por momentos…
¡No sé qué
hacer!
En frente de
mí, sorprendido, atónito. Me miras, te miro. Me siento flotar en el aire,
pierdo la noción del tiempo, del espacio. Aquí, frente a mí, a un palmo de
distancia. Aquí, con tu mirada en mi mirada, con mi mirada en tu mirada.
Trato de
respirar, de buscar una solución a esta emoción inmensa que solo me provoca
abrazarte y llorar. Respiro, trato de serenarme. Despierto de tu mirada, echo
un vistazo a lo que nos rodea y es ahora cuando reparo en ella. La veo
escondida en tu cuello, sujeta a ti por tu brazo izquierdo que la sostiene. Una
emoción distinta a la que me sacudió al verte pero igual de inmensa, me invade.
Tú posas tus ojos en ella, después en mí y, acto seguido, te decides a hablar.
Basta este “¿cómo estás?” embriagado de emoción que sale de tu voz para
erizarme la piel. Nuestras miradas se encuentran de nuevo y, loca o no, vuelvo
a sentir esa conexión que, alguna vez, nos hizo estar en la misma frecuencia.
Un inaudible sonido sale de mi boca, pero en tus ojos observo que no necesitas
palabras. Te basta ver mi cara desencajada por la emoción para conocer cada una
de mis lágrimas, cada una de mis noches y mis días sin ti. Y entonces, un ángel
se posa sobre nosotros y ya no es necesario reprimir los sentimientos. Las
lágrimas empiezan a brotar por mis mejillas para comenzar a empapar tu cara
segundos después. Con la rapidez de un acto reflejo, abres tus brazos y me
recibes. Aquí, sobre tu hombro, cobijada por tu abrazo, dejo salir cada lágrima
que se quedó en el corazón esperando el momento. Y cada una de mis lágrimas se
vuelve más intensa cuando siento tu brazo en mi espalda, tu mentón apoyado en
mi hombro y tus lágrimas mojando mi pelo. Así, aferrados el uno al otro; aquí,
en medio de esta calle, abrimos un nuevo capítulo en nuestra historia.
Nos separamos
a un tiempo y nos quedamos mirándonos fijamente. Tú pasas tu mano por mi cara
en un gesto que me hace estremecer como nada lo había logrado en estos cinco
años y secas mis lágrimas. Un “ba” nos hace voltear y, sorprendidos, todavía
emocionados, y con una sonrisa, observamos como una niña reclama atención. La
miras y me miras. Le tomas la mano y la besas. Yo lloro en silencio. En un
impulso, pongo mi mano sobre la tuya y la miro de cerca, sintiendo que el
corazón se me derrite. “Dile hola”, dices, y con este “oa” que sale de sus
pequeños labios, me doy por más que saludada. Y sonrío. Y sonríes. Noto tus
ojos sobre mí, y cuando me veo en ellos, las palabras que acompañan tu mirada,
me desgarran el alma. “Ada”.
Un sueño, mi
sueño. Ese que construí para ti, para los dos. Ese que no he podido olvidar y
que hoy ha estado más presente que nunca. Ese sueño que no pude cumplir sin ti,
que no quise cumplir sin ti. Ese, el mismo que tú cristalizaste por mí, pero
sin mí. Esta niña que ahora nos mira, es ese sueño hecho realidad.
No es
necesario que diga nada: mis lágrimas hablan por mí. Deshecha y también un poco
culpable, me lanzo de nuevo a tus brazos. Te abrazo con toda la fuerza de mi
ser, con la fuerza de mi amor que eres tú, que siempre has sido tú. Me abrazas
y lloramos juntos. Lloramos por ese sueño que era de los dos y que yo destruí
hace ahora cinco años. Lloramos por lo que pudo haber sido y no fue. Lloramos,
sí; pero lo hacemos juntos. Y aquí, en tu abrazo, el dolor es menos amargo y
duele menos. Así, ahora, siento tu compañía, tu comprensión, tu confianza.
Siento todo eso que creí perdido y que en tu abrazo encuentro. Lloro más fuerte
y té abrazo más fuerte. Y tú también lo haces. Y me desgarro por dentro. Y
siento más tu dolor que mi dolor, tu culpa que mi culpa. Y te siento así, como
te había extrañado durante 1825 días: mío, solo mío. Agitados, exaltados y
todavía abrazados, nos miramos. Tomas mi cara en tus manos, tomo tu cara entre
mis manos. Y nos miramos, y esto basta. Esto es suficiente para que aquí y
ahora yo sepa que a ese punto y final que escribí hace cinco años, le siguen
dos puntos suspensivos. Esto basta para que sepa que el libro no estaba cerrado
sino esperando una continuación que hoy tu mirada, tu cuerpo y tu sonrisa me
dicen que podemos darle.
martes, 24 de julio de 2012
Play.
Esa emoción que sientes al escuchar por primera vez los
acordes o el estribillo de una nueva canción que nació del corazón, de la
guitarra de esa persona que le pone voz y música a tus sentimientos. A los que
guardas dentro y también a esos que ni siquiera sabías que existían dentro de
ti. Esa emoción que va creciendo con cada verso, con cada palabra. Esa emoción
que pronto se convierte en un nudo en tu garganta y que hace brotar lágrimas de
tus ojos sin que puedas impedirlo. La canción termina, pero tu emoción está en
el punto más alto y, como un acto reflejo, pulsas de nuevo el PLAY. Conforme se
suceden las palabras, los acordes; conforme pasan los segundos, tu mente va
asociando esa melodía y esa letra con recuerdos, con sueños, con personas. Y
entonces, llega un momento en que ya no puedes separar una cosa de la otra. En
ese momento te das cuenta de que, por una u otra razón, esa canción estará
ligada para siempre, a una situación vivida o soñada, a una persona o a varias.
Y sabes que, desde ese instante, donde sea que suene esa canción, donde sea que
esos acordes lleguen a ti, ahí estará contigo el recuerdo de esa situación
soñada o vivida, el recuerdo de esa persona o personas que forman parte de ti.
Porque ahora, esas personas se han vuelto canción para con cada acorde
brindarte una sonrisa, para con cada verso tenderte una mano, para con esa
melodía llenarte de recuerdos y de sueños.
lunes, 23 de julio de 2012
Sin título
Estás aquí, de pie frente a mí, pidiéndome con la mirada
una explicación. Yo, sentada en una silla en medio del salón, lucho con mis
emociones para que no me traicionen cuando te mire a los ojos. Desolado, roto
por la culpa, por la pena, por el dolor o por lo que sea que llevas dentro, me
sigues mirando y justo ahora, cuando mis ojos se encuentran con los tuyos, una
punzada de dolor me hace trizas el corazón y mi conciencia no se calla “¿qué
has hecho? ¿qué estás haciendo?” Y entonces, trato de encontrar la respuesta a
esas preguntas. A la que me formula mi fuero interno, a la que tu mirada me
obliga a responder. Logro mantener mi mirada en la tuya por unos segundos, el
tiempo suficiente para darme cuenta que no solo estoy arruinando mi vida, sino
también la tuya. Y quizás, la de alguien más. No supe guardar silencio, no supe
verr que cuando los secretos salen al descubierto abren heridas, hacen daño. No
supe aceptar que había perdido incluso antes de librar mi batalla. El amor pudo
más, y me hizo hablar. Y ahora… ahora me arrepiento. Me arrepiento al ver tus
ojos empapados, tu mirada desolada. Me arrepiento al darme cuenta que ya nada
volverá a ser lo mismo, aunque yo te ame con todo el corazón y tú… yo no soy
quién para hablar de tus sentimientos. Ya no soy nadie. Así lo decido hoy. Ahora.
Sigues aquí, con tu mirada fija en mí. El silencio, un
silencio incómodo, cargado de tensión, de dolor, de culpas y de incertidumbre
es palpable en el aire. Te acercas sigiloso, empapado de dolor, de ese dolor
que yo, con mi silencio y mis palabras a media voz, te estoy provocando. Te
acercas, cada vez más y yo, cobarde, incapaz de soportar tu cercanía, me
levanto y te doy la espalda justo en el instante en que puedo respirar tu
aliento en mi boca. Así, de espaldas a ti y sintiendo tu dolor en mi pecho,
pronuncio estas palabras que jamás hubiera querido pronunciar y que tanto
tiempo he tardado en ordenar en mi cabeza “No
puede ser. Esto no puede ser… Lo supe desde siempre, desde el principio. Lo
supe desde que tú comenzaste a vivir sin mí, sin voltear siquiera a mirarme,
pero me empeciné en creer que había una posibilidad… una posibilidad que no
existía, que yo misma me creé en la mente. Te arranqué de tu felicidad, sin
comprender que, en ocasiones, ni todo el amor del mundo es suficiente. Te
arranqué de esa vida que habías construido sin mí para tratar de hacer realidad
mis sueños contigo. Y me equivoqué. ¿Si me quisiste o no? ¿si me quieres
todavía? No… no lo sé, y tampoco quiero saberlo. Prefiero quedarme con esos
momentos que yo misma provoqué, que yo misma creé, con esos momentos que viví
contigo en un afán de creer que era posible un amor de novela entre nosotros.
Fui egoísta. Lo fui en el instante en que decidí hacerte partícipe de mis sentimientos
sin importarme que alguien más habitara en los tuyos. Fui egoísta después de
más de tres años callando, llorando y sufriendo en silencio, convenciéndome de
que tu felicidad estaba por encima de la mía. En un segundo, mi “chip” cambió y
decidí lanzarme al vacío, aventurarme a ser ignorada. No recibí respuesta
inmediata y tampoco obtuve respuesta en los meses que siguieron a mi confesión.
Sucedió un día, cuando menos lo esperaba, cuando ya no creía que ese mensaje
sirviera de algo. Te encontré por una casualidad que para mí fue causalidad,
cuando caminaba por la calle. De frente, con una sonrisa tímida, algo raro en
ti, me diste el empujón que necesitaba para hacer eso que tantas veces soñé:
lanzarme a tus brazos y darte el abrazo más sentido de toda mi existencia. Me
quedé ahí, abrazada a ti, dudando todavía, hasta que tus brazos rodearon mi
espalda y comprobé que no era un sueño,
que algo había cambiado. Temerosa, rompí poco a poco el abrazo para acto
seguido encontrarme en tus ojos. Ahí comenzó lo que nunca debió de haber
comenzado. Ahí comenzó una historia que siempre soñé vivir, cuyo final no
hubiera adivinado nunca. Ni en la peor de mis
pesadillas. Y lo peor… lo peor es que yo misma estoy, en este instante,
poniéndole fin a algo que era, que es aún hoy, el mayor de mis sueños. Pero ya,
no puedo permitir que tú sigas aquí. Quizás lo más correcto sería que escuchase
primero lo que tengas que decirme, que te permitiera desahogarte y decirme en
la cara lo que piensas, pero no. Nuestros caminos se separan aquí, deben
separarse aquí. Esos caminos que nunca debieron cruzarse…” Una lágrima cae. Eso no, eso nunca lo he
pensado ¡nunca! Pero tengo que lograr que te vayas, que te desencantes. Yo
rompí tu historia, la que estabas escribiendo con ella, y ahora rompo la mía
para que tú, para que tú y ella podáis continuar la vuestra sin mi egoísmo
manchándolo todo. Pagaré mi egoísmo del pasado con dolor, con el dolor amargo
de saber que nunca más podré hablar contigo con confianza, con esa confianza
que nació de pronto, sin esperarlo. Con el dolor inmenso de saber que esos
sueños, uno especial, que quisiera cumplir contigo, se quedarán guardados en mi
corazón esperando a que el polvo los lance al baúl de los recuerdos.
Siento mi mirada fija en mí y es ahora, cuando decido
voltearme para, de una vez por todas, ponerle fin a esto. A tu dolor, a mi
dolor. “¡Vete! Continúa tu historia,
llena tu vida de sueños cumplidos, de sonrisas y lágrimas de emoción. Y, por
favor, bórrame para siempre. Bórrame y olvida todo el daño que te he hecho, y
el que te puedo estar haciendo también. No pretendo que olvides para
perdonarme, porque ni yo misma podré perdonarme nunca. Solo quiero que tú, que
tú seas feliz. Que encuentres de nuevo esa felicidad que yo te robé.” Una
última mirada fija en tus ojos empañados y vuelvo a darte la espalda. Me muerdo
el labio al tiempo que las lágrimas amenazan, pero me contengo. Cierro los ojos
y espero. Suspiras, sollozas. Un paso, otro. Te detienes. Siento de nuevo tu
mirada en mí. Un paso, otro. Y tus pies ya no se detienen. Mi corazón se agita
y… ¡pum! Un portazo. Silencio. Se acabó. Se terminó. Yo terminé con todo. Con
tu dolor, con mi sueño. Aquí, con los pies clavados en el suelo, me asalta una
pregunta: Si yo no te hubiese obligado… No.
No pensar, no volver atrás. Todo se acabó. Todo.
Lágrimas. Corazón que explota.
Segundos que corren, minutos que pasan, horas que se van.
Un mes en el calendario. Otro. Tacho otro más.
El tic tac del reloj no se detiene. Tic,
tac, tic, tac. Uno, dos. Tres, cuatro.
Cinco.
Cinco años después… Cinco años después de ti…
Continuará...
I
Hay imágenes en la mente que necesitan ser plasmadas en un papel...
Hay sentimientos en el corazón que necesitan transformarse en palabras...
Hay sueños por cumplir que solo las letras pueden acercar a la realidad...
En este rincón vivirán por siempre mis imágenes, mis sentimientos, mis sueños.
¡BIENVENIDO SEA TODO EL QUE QUIERA LEER!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)