Esa emoción que sientes al escuchar por primera vez los
acordes o el estribillo de una nueva canción que nació del corazón, de la
guitarra de esa persona que le pone voz y música a tus sentimientos. A los que
guardas dentro y también a esos que ni siquiera sabías que existían dentro de
ti. Esa emoción que va creciendo con cada verso, con cada palabra. Esa emoción
que pronto se convierte en un nudo en tu garganta y que hace brotar lágrimas de
tus ojos sin que puedas impedirlo. La canción termina, pero tu emoción está en
el punto más alto y, como un acto reflejo, pulsas de nuevo el PLAY. Conforme se
suceden las palabras, los acordes; conforme pasan los segundos, tu mente va
asociando esa melodía y esa letra con recuerdos, con sueños, con personas. Y
entonces, llega un momento en que ya no puedes separar una cosa de la otra. En
ese momento te das cuenta de que, por una u otra razón, esa canción estará
ligada para siempre, a una situación vivida o soñada, a una persona o a varias.
Y sabes que, desde ese instante, donde sea que suene esa canción, donde sea que
esos acordes lleguen a ti, ahí estará contigo el recuerdo de esa situación
soñada o vivida, el recuerdo de esa persona o personas que forman parte de ti.
Porque ahora, esas personas se han vuelto canción para con cada acorde
brindarte una sonrisa, para con cada verso tenderte una mano, para con esa
melodía llenarte de recuerdos y de sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario